"Soy una mala madre"
… eso al menos es lo que te repite a menudo tu conciencia cuando trabajas diez horas diarias de lunes a jueves, salvo el viernes, que solo trabajas por la mañana pero por la tarde te tiras en el sofá en estado semicomatoso, con lo que a efectos prácticos es lo mismo. Así que llega el cumpleaños de tu hijo y dices: “Este año me voy a redimir”, y le preparas “El Completo”, cumpleaños y noche de amigos, que se queden dos a dormir en casa. Inocente…
Al terminar “el evento” quería cortarme las venas, pero opté por el Plan B: mi momento “Mahou” mientras escribía acerca del fenómeno paranormal que acababa de vivir, tratando de encontrarle algo divertido (lo cierto es que al terminar, me había reído varias veces y me parecía una historia surrealista de esas que ves en televisión y piensas “qué imaginación tienen algunos guionistas”).
Os dejo con el relato de ese día tan trágico…
NOTA: Esto ocurrió en diciembre. Aunque parezca que está escrito ahora, he preferido dejarlo tal cual lo escribí en aquél momento.
Llega el día del décimo cumpleaños de tu hijo y te lo montas bien y fácil, en plan mujer-práctica. Compras unas pizzas en el restaurante de la esquina, despejas el salón para que se monten la fiesta con la Wii, pones una mesa con el picoteo y la bebida (Fanta y Coca-Cola sin cafeína, no se vayan a poner nerviosos), y van llegando. Solo chicos, claro, las niñas todavía son tontas. Tú, mujer-ingenua además de práctica, planeas para ti una tarde tranquila: te preparas la habitación de al lado, coges un buen libro, enciendes el portátil, tienes Internet, “de vez en cuando me asomaré a controlar como van”. Inocente…
Llega el primero. Todo bien, es de la casa, lo conoces desde hace años. Un poco raro el niño, porque es así como precoz, parece un chico de catorce en un cuerpo de diez años, pero vale. Llegan dos más. Uno que es más que de la casa, a la madre la conoces “de toda la vida”, o sea desde la preparación al parto, y como de la vida-de-antes-de ni te acuerdas, pues de toda la vida. El otro es nuevo. Uhmm… Tiene cara de “listo”. Aparece El Simpático. Este es de los que se queda a dormir, él y El Alto. El punto y la i, parecen. Y faltan dos más, de los de siempre. Hasta ahí todo bien.
Son las tres y todo parece controlado, porque, vamos a ver, ¿cómo no voy a controlar a siete individuos cuyas edades suman setenta años? Inocente… De repente El Nuevo pasa por delante de mí hacia la habitación de al lado, y oigo un grito desgarrador por la ventana:
“AHHHH!!!! NO QUIERO VIVIIIIIIIIR!!!!!!"
y vuelve a pasar corriendo por delante de mí hacia la ventana del salón para ver si algún vecino se asoma a ver al suicida. No me lo puedo creer… Me quedo literalmente de piedra, analizando la posibilidad de tirarlo de verdad por el balcón. El Nuevo, era El Nuevo, cómo no.
En ese momento empiezo a intuir la catástrofe, ¡tengo un elemento incontrolado que me va a joder la tarde!. Intento poner orden con cara de lobo, nada fingida, por supuesto, y amenazo con llamar a la madre del que haga idioteces y decirle que se lo lleve de mi casa. El Nuevo me mira como diciendo ¿tú-que-me-dices-a-mí?, y para tratar de imponer más, les digo “si alguien no me cree, que le pregunte a mi hijo si su madre hace o no hace lo que dice”. Pá chulas, yo. Y El Nuevo, cómo no, le pregunta: ”Oye, ¿tu madre hace lo que dice?”. Y mi hijo, con cara de susto, simplemente asiente con la cabeza. Menos mal, todavía tengo autoridad, aunque sea una mala madre.
Y con la comida empieza la guerra. La Wii echando humo, todos con las Nintendos, la tele a toda leche (y mi churri que me había dicho “ponles el surround, para que se oiga mejor”. ¡Si el surround lo llevan puesto ellos, que viene de serie!), gritos, insultos, tacos (el Nuevo, por supuesto). Pero eso sí, la Coca-Cola sin cafeína, no se vayan a poner nerviosos… (¡¡¡CAGÜENLALECHE!!!). Me escapo a la habitación de al lado, intento leer, pero con ese ruido, que no me oigo ni los pensamientos, cualquiera lee. “Tío! Se lo van a follar!”. Es El Nuevo. Diez años, eh…
Y me llama mi churri desde Sudán. “¿¡Pero qué ruido es ese!?”. “Nada, los niños…”. Claro, no le puedo decir “¡Tu hijo con sus amigos!”, así como si tuviera él la culpa, porque como no es su hijo… Y empezamos a hablar de hacer un viaje, porque vuelve el lunes, después de dos meses fuera. Pero cualquiera habla, si cada dos por tres tengo que ir a poner orden entre la panda de energúmenos del salón, ¡que parece una taberna! Y mi hijo, que juro que es tranquilo, de vez en cuando grita desesperado “¡CALLAOS YA! ¡PARAD!”, que no sé si lo hace por los decibelios o porque su madre hace lo que dice. ¡¡¿Que no llamaré a la madre del nuevo, el jodío…?!! Pero no, me contengo y aguanto como una campeona.
Un par de horas después me vuelve a llamar mi churri. Y me dice: “¿Churri, y si nos vamos de viaje con Dani, a Eurodisney, por ejemplo?”. ¡¿QUÉEEE!? ¡Si lo que necesito es irme a un balneario! Le pregunto si se ha vuelto loco, y zanjo el tema. Vale que quiera mucho a tu hijo, ¡PERO TÚ LO QUE ESTÁS DESEANDO ES VOLVER A SER UNA MALA MADRE! En esos momentos es cuando te acuerdas de tu infancia, cuando tu padre tenía prohibido que fueran amigos a casa. ¡Y cómo le comprendes!
Se hacen las siete y llega el primer padre. Mala suerte, no es el del Nuevo. Se va uno que es un bendito. Llega una madre, pero tampoco es la del Nuevo. Allá a las ocho te llama la del Nuevo, y te dice “Oye, que no he podido ir yo, que irá mi marido. No tarda nada. ¿Se ha portado bien?”. Y tú: “Muy bien, tranquila. Al principio he tenido que poner un poco de orden, pero muy bien”. …¡Y desde luego tu hijo no vuelve a esta casa!... Pero eso te lo callas, claro.
Al final te quedas con el tuyo y dos más, y una vez eliminado el elemento perturbador, parece que se comportan. Sigues en tu papel de super-mamá, y les haces la cena. Pero tú creías que iban a cenar sólo tres, no seis. ¡Porque resulta que comen por seis! Empiezas preguntando:
“¿Cuántas hamburguesas queréis?”. “Yo cinco”, dice uno.
“Qué gracioso, el chico”, piensas tú. “Pues sólo hay cuatro y sois tres, así que una y media para ti y para el otro”. Porque tu hijo siempre toma una sola hamburguesa, así que no lo cuentas. Hasta hoy, claro. Esto es como aquel anuncio “si en casa nunca toma una segunda taza…”.
Preparas las patatas fritas, el ket-chup, tomatito cortado para que tomen verdura (que al final solo se come tu hijo), y sacas tres platos con una hamburguesa por plato. “La otra está en la sartén”, y vuelves al minuto con las dos mitades, y en eso tu hijo te dice “yo quiero también media”. ¡Anda éste!
En el tiempo de ir a la cocina y volver, resulta que se ha pulido cada uno la hamburguesa entera, y ante semejante voracidad les digo: “Si tenéis más hambre, hay pollo”. “¡¡¡¡SÍ!!!!”, dice el de antes. Pues nada, un trocito de pollo. Abres la bandeja de pechugas, y sales con una pechuga a la plancha, con la sartén en la mano, que solo te falta la cofia y el delantal. “Después de esta quiero otra”. Y tú le miras, incrédula. ¿Dónde se lo mete, si está hecho un pirulí? Y vas a hacer otra. Cuando vuelves, con la sartén en la mano, con tres pechugas, porque los otros también querían, que debe ser contagioso, preguntas, así con rintintín “¿No vas a querer otra, verdaaad?”, y te suelta “tú ve preparando otra, por si acaso”. ¡AAAAH! ¡Este niño tiene la solitaria! Esto no me está pasando a mí…
Empiezas a hacer otra, que ya habías envuelto para congelar, y vuelves al salón a ver cómo van. Nada más asomarte, te dice uno: “¿Está ya la pechuga?”. ¡No puede ser, se está terminando la anterior! ¡Le cuesta menos comérsela que a mí hacerla! Y va el otro y suelta “yo si hay más, también me comería otra…”. Y mi hijo: “y yo también”. Y el primero: “Y yo también, después de la que estás haciendo”. Juro que es verdad, lo juro…
Menos mal que el lunes volveré a ser una mala madre.
Vuelvo con los dos miserables trocitos de pechuga que quedaban, y pregunto si les gustan las natillas. Tengo doce en la nevera, habrá suficiente. Pero no, al que más come no le gustan. Bueno, le gustan dependiendo del día, según le da, me explica, pero hoy no toca. Y luego dicen que somos las mujeres las que tenemos una personalidad inestable. Me pregunta si hay yogur, y me acuerdo de que ayer compré unos yogures especiales de chocolate, bio, naturales, un pastón en el Corte Inglés, para mi churri que viene el lunes de Sudán, y digo “¡NOOO! No hay yogures, lo siento”, y me voy a la nevera corriendo a esconderlos, ¡no sea que la abra y los vea! Es verdad, lo hice, y no me avergüenzo. Bueno, solo un poco.
Como se habían duchado antes de cenar, los mando a la cama. Les he cedido mi dormitorio para que duerman los tres juntos, en un colchón en el suelo y en mi cama de matrimonio, y una vez preparado todo se van al baño a lavarse los dientes. De repente escucho con horror:
“…Pues yo sé meterme el dedo en el culo, si queréis luego os lo enseño…”
No… He oído mal. No puede haber dicho eso. Pero sí, lo ha dicho, porque a continuación suelta:
“…¿alguna vez os habéis metido el dedo hasta el intestino grueso?...”
Me quedo literalmente con al boca abierta, expectante, ¡a saber lo que viene luego! Por suerte los otros no parecen muy entusiasmados con el experimento del culo, y pasan a otros temas chorras con las típicas risitas del pavo.
A las once y media consigo que apaguen la luz, y me voy al salón con una cerveza, ¡aunque lo que necesito es un copazo! Y ahí me quedo, escribiendo “Mis Memorias”, sábado por la noche, que mi amiga Roci, la cuñada buena, había previsto que fuera de “cenuki y taconazos”, ¡y mira donde estoy! Dos preadolescentes durmiendo en mi colchón de látex (pero les he quitado las almohadas buenas, porque soy mala y a ellos no les hacen falta…), y aparece mi hijo, que no puede dormir porque la cama del suelo es muy incómoda y hay uno que ronca, así que le digo “pues vete a tu cama, que yo dormiré en el salón”.
Total… Que es la una de la noche, la tele de la vecina se oye desde aquí porque está sorda y además la pared es una pared de mierda, a las siete me despertará mi hijo, y encima me toca dormir en la cama plegable del salón. Pero eso sí, yo ya he hecho penitencia hasta el año que viene,
¡Y A PARTIR DEL LUNES JURO QUE VOLVERÉ A SER UNA MALA MADRE!