El mito del hombre simple, argumentos en contra (Parte 6)
Esta es probablemente una de las frases que más temen los hombres de hoy en día. Y digo de hoy en día, porque los de antes, en general, mandaban en su casa y no aceptaban conversaciones comprometidas con sus mujeres (que no se me cabree ninguno de más de sesenta, que conozco alguna excepción, pero son pocas…). Que conste que creo que era peor opción que la de ahora, con mujeres más peleonas, incluso desde el punto de vista del hombre, pero ese es tema para otro post.
En el de hoy hablaremos de la famosa frase “Tenemos que hablar”, y para introducirlo nada mejor que este vídeo de Fabio Fusaro, por cortesía de Juanjo G (Gracias, Juanjo, fue todo un descubrimiento). Atentos a la mitad del vídeo, que no tiene desperdicio, y contiene “LA CLAVE” del tema:
Pues sí, la clave está en este vídeo, y cuando lo vi por primera vez fue totalmente revelador, nunca se me había pasado por la cabeza porque nunca (nunca-nunca, ¡eh!) un hombre ha reaccionado así ante mi necesidad de hablar. La clave es esta:
- Ella: Cariño, tenemos que hablar…
- Él: ¿De qué?
Sí… ¿De qué? ¡¡¡Es facilísimo!!! ¡Madre mía, tan fácil y tan difícil a la vez! ¿Por qué la respuesta más evidente no la da nunca un hombre? ¿Por qué les entran sudores fríos (en el mejor de los casos, porque en otros ni se inmutan y pasan de todo), y empiezan con evasivas del estilo “¿Tiene que ser ahora?”, como si les hubieras planteado algo terrible y totalmente improcedente? La respuesta no la tengo, a lo mejor los lectores masculinos nos dan alguna pista.
El caso es que cualquier respuesta del estilo “Ahora no me apetece” es la peor que puede darse, porque cuando una mujer decide pasar al ataque y plantear el famoso “Tenemos que hablar”, lo normal es que se trate de algo tremendamente importante, al menos para ella. Encima, como sabe que va a encontrar resistencia, llegará preparada con toda la artillería, dispuesta a no aceptar un no por respuesta. Por lo tanto, si una mujer te plantea que tenéis que hablar, tienes motivos de sobra para asustarte y más vale que te actives y saques de tu cerebro cualquier cosa que pueda distraerte.
¿Por qué asustarte? Muy fácil: si no le dices algo del estilo “Claro que sí, cariño, siéntate a mi lado y hablamos” (pura ciencia ficción, lo sé…), ella no te dejará escapar y pondrá en marcha su estrategia completa de acoso y derribo hasta que consiga que “habléis”, y lo pongo entre comillas porque muchas veces hablará ella y tú te limitarás a alternar ataques y defensas como puedas, con lo que el resultado será catastrófico y el famoso “Tenemos que hablar” degenerará en un guerra de varios días.
¿Qué ocurre en el cerebro de una mujer cuando te plantea la pregunta? Pues todo esto y mucho más: Cuando ella se decida a “atacar”, llevará preparado su discurso principal y varios discursos alternativos, habrá analizado todas tus respuestas posibles y sobre la marcha irá pensando qué es lo siguiente que puedes decir y cuál será su réplica en cada caso. Ten en cuenta que las mujeres hablan, escuchan, analizan y piensan en la respuesta a la vez, así todo junto, mientras que los hombres o piensan o hablan, nunca las dos cosas a la vez (Madre mía, después de esta me matan muchos, menos mal que los que me conocéis sabéis que lo digo con cariño :P). El resultado es que el hombre estará en franca desventaja y sin posibilidad de salir triunfante. Lo siento, la vida es dura... ;).
¿Qué puedes hacer para salir airoso? Pues facilísimo, le dices “Vale, vamos a hablar” y así, de entrada, la desarmas porque es la única reacción que no espera. Si encima le pones una sonrisa tierna y le coges de la mano o algo similar, ¡ni te cuento! No olvidéis que hablando podemos ser máquinas de matar, pero en el fondo somos unas blandas y con cuatro mimitos se nos desmonta fácilmente, que no somos tan malas.
Un par de consejos extra:
- Para ellos: Jamás dejes un tema a medias, una mujer nunca olvida. Tenemos la necesidad de cerrar temas, y si dejas una rendija, volveremos con el hacha (risa maléfica…).
- Para ellas: No le plantees temas trascendentales a un hombre a partir de las nueve de la noche, ya que a esas horas no le quedará apenas cobertura. Al final de este post repescaré este otro, que fue el primero del blog y le tengo mucho cariño. En él os cuento cuáles son los “problemas de cobertura” de los hombres, con moraleja nueva incluida.
Lo cierto es que cuando queremos hablar de algo importante, realmente necesitamos hablar, no es un capricho, así que creo que lo mejor, y lo más justo en pareja, es sentarse a hablar. Yo, con mi mente de mujer, lo veo fácil, pero al parecer no debe serlo, porque no suele ocurrir. Y el caso es que a nosotras nos resulta agotador y muy desagradable tener una batalla con nuestra pareja, pero no debemos dejarlo pasar porque entonces, problemas que muchas veces son importantes, se quedan sin resolver, con lo que se enquistan y acaban pasando factura siempre, no tengo ninguna duda. Sin una buena comunicación no hay pareja viable, nos guste o no, y, al fin y al cabo, hablar no cuesta tanto, ¿no? :)
A tener muy en cuenta: Problemas de cobertura
Veamos… Quién no ha oído mil veces eso de “Si es que los hombres somos muy simples”. Pues bien, yo me he propuesto rebatir esa teoría. Creo que cuarenta y tres años de convivencia con hombres me dan cierta autoridad en la materia. La forma de demostrarlo va a ser rigurosamente científica: enumerando los argumentos a favor de la teoría, y después los argumentos en contra. Al final, haremos balance. Bueno, no es del todo científico, pero puede valer. Vamos allá.
Sí que es cierto que los hombres son un poco primitivos, tienen unos mecanismos internos menos desarrollados que los de las mujeres, y si no, a las pruebas me remito, jejeje…
Cuando tienes un marido no debes olvidar que todos, absolutamente todos, vienen con un defecto de fabricación: la pérdida de cobertura a partir de las 9 de la noche, más o menos coincidiendo con el Telediario. ¿Por qué se produce este fenómeno tan extraño? Nadie lo sabe, ya que de pequeños no paran en todo el día, pero partir de los 16 años empiezan a sufrir una mutación genética que se manifiesta claramente a la edad adulta. Veamos cómo se desarrolla este extraño fenómeno.
Imaginemos a un marido al final de su jornada laboral, entre las ocho y las nueve de
Mientras tanto, ¿qué ocurre contigo? Lo normal es que estés haciendo la cena, poniendo el lavavajillas, diciéndole al niño que se duche, …, cualquier cosa menos estar sentada en el sofá. Y si pudieran leernos la mente, nos meterían en un siquiátrico (“que no se me olvide tender la ropa, que ayer se me quedó en la lavadora; mañana tengo que llamar al fontanero, voy a ponerme un aviso en el móvil; ¡Uy! ¡Se me olvidaba ponerle al niño el traje de judo!, voy un momento; a primera hora tengo que revisar el proyecto de Jijona, creo que se me han olvidado las farolas; ¡Joder! ¡Que se me quema la sopa!; no he llamado a la madre de Jose para decirle que el niño va al cumpleaños; y no le he comprado el regalo, qué desastre; ¿se podrá quedar mi hijo el viernes con mi madre?; ¡ay, no la he llamado para ver qué le ha dicho el médico!; llevo dos semanas sin ir al gimnasio, se me va a poner el culo blando; ……”). Vamos, que cualquier día nos vamos a cortocircuitar.
Supongamos que ya hemos cenado, acostado a los niños, y nos sentamos en el sofá, ¡por fín! Y claro, en ese momento es cuando se nos ocurre contarle a nuestro marido el día que hemos tenido. ¡ERROR! La rayita esa que le quedaba hace una hora, puede que ahora parpadee, y en ese caso, tu marido te mirará con esa mirada tan característica de marido-a-las-diez-de-la-noche, así como perdida, que te mira de frente, pero sin verte, o sea, que te mira pero no te ve. Hace intentos de conexión, la mitad fallidos. Tú entonces empiezas a imaginarte que estás en el plató de “Hospital Central”, que eres la enfermera de urgencias, o la cirujana, que queda más guay. “¡Lo perdemos, lo perdemos! ¡Carro de paradas! ¡Desfibrilador! ¡5mg de epinefrina (o como se llame eso que les ponen)!”. Él te contesta con monosílabos, con la mirada ausente y la cara seria. “¿Te pasa algo?”. “No, es que estoy cansado”. “Ah! Bueno! Yo también! Como te decía, bla bla bla”. Y la rayita que parpadea. “¿¡Pero me escuchas o no me escuchas!?” Y entonces le quitas el mando y bajas el volumen de la tele, para que no tenga interferencias. Pero ni así.
Esta situación tan trágica, que siempre acaba en desgracia (ya que al marido al final “lo pierdes”), requiere grandes dosis de paciencia y, como diría mi abuela, de picardía. ¿Qué se puede hacer con un marido a partir de las nueve? No mucho :), pero ahí van algunas ideas:
- Dale vino y ten un rato de sexo (decir una noche de lujuria, sería mucho decir).
- Dile que ponga una película (recuerda que el mando el suyo, por eso no la puedes poner tú), y os apretujáis en el sofá para verla.
Ya está. ¿A que esperabas más, eh? Pues no, creo que no se puede hacer mucho más. Pero bueno, es suficiente, la verdad. A esas horas también nosotras tenemos que desconectar, aunque solo sea parcialmente.
Lo que no debe hacerse nunca jamás es:
- Hablarle de su madre.
- Hablarle de la tuya.
- Hablarle de tu trabajo.
- Hablarle del suyo.
- Hablar de política.
- Hablar de dinero.
- Quejarte de lo fea que te estás poniendo esperando que te consuele y te diga que eso son imaginaciones tuyas.
Pero lo peor, lo peor, lo peor que puedes hacer es discutir, porque tú querrás arreglarlo, y como él ya no tendrá ni cobertura, ni batería, ni ná, te dirá “cariño, estas no son horas de hablar, yo necesito dormir, así que mañana hablamos”, y se meterá en la cama, ¡y lo peor de todo es que se dormirá! ¡Sí, se dormirá, cuando tú tienes la cabeza como un volcán en erupción, y por supuesto, no te puedes dormir!
Y ahora digo yo. ¿A la vista de esto, quién tiene la tara más gorda, ellos o nosotras? Yo la respuesta la tengo clara: nosotras. Esto no se lo esperaba nadie, eh? Jeje.
MORALEJA: Nunca, nunca, le digas a tu marido “tenemos que hablar” a partir de las nueve de la noche, porque a esas horas está incapacitado para contestar, así que no seas mala y ten paciencia. Besitos a todos y que paséis una buena última semana del año.