30 de enero de 2010

La famosa pregunta "¿En qué piensas, cariño?"


Vamos a reducir un poco la tensión, porque como siga metiéndome con los hombres, se van a borrar de este blog, y eso sería un desastre máximo. Así que hagamos un poquito de autocrítica, y reconozcamos que las mujeres a veces hacemos cosas que son “para matarnos…” Por supuesto, tengo un contra-capítulo con varias cosas que son “para matarlos…, pero ese me lo reservo de momento, jeje (por si algún hombre se pregunta qué he podido poner en ese capítulo, adelanto algunos temas: la famosa frase “¿hoy toca?”, los pedos en la cama, la famosa frase “lo que tú digas, cariño”, entre otros. Admito sugerencias acerca de las diversas taras femeninas para su desarrollo posterior, no vayáis a decir que este es un blog partidista).

Pongámonos en situación. Pareja tranquilamente sentada en el sofá, los niños, si los hay, acostados, han pasado las once de la noche y no van a llamar ni tu madre ni la suya, hombre con una rayita de cobertura (y parpadeando), y de repente ella pregunta: “¿En qué piensas, cariño?”, así, a bocajarro. ¿Qué hace él en ese momento megacrítico? Gran pregunta, sí señor… Todos sin excepción pensarán algo así como “¡La jodimos! Con lo tranquilo que yo estaba…”. Pero eso sí, las reacciones pueden ser muy variadas.


Si el hombre es un poco pardillo, dirá la verdad, así que tiene dos respuestas posibles:


- Respuesta nº1 (verdadera): “En nada”. Chicos, siento decir que esta era la peor respuesta. Una mujer no entiende que se pueda pensar en nada, porque “nada” no es “algo”, y ¿cómo se puede no pensar en algo? En la mente de una mujer no existe esta opción, así que pensará que estás pasando de ella y dando la respuesta más cómoda para no tener que hablar y poder mantenerte en estado vegetativo hasta el momento de irte a la cama. Tienes bronca asegurada.


- Respuesta nº2 (verdadera): “El coche hace un ruido raro”, o algo tan chorra como eso, que no tendrá nada que ver con lo que ella te estaba contando hace dos minutos. Conclusión dentro de nuestro cerebro: “no me escucha, pasa de lo que le digo, no le interesa, etc”. En este caso la siguiente pregunta puede ser todavía peor que la primera. Bueno, más que una pregunta, puede ser una batería de preguntas: “¿Y eso qué tiene que ver con lo que te estaba diciendo? ¿Me estabas escuchando? ¿A ver, qué te he dicho?”. Estás perdido, Flannagan…


Si ha tenido malas experiencias, te mirará y dirá:


- Respuesta nº 3(falsa): “Estoooo, eeeh, en nada, tonterías mías”. Esta respuesta no hace más que prolongar la agonía, solo conseguirás que ella insista “¿sí, pero en qué piensas?. Date por jodido…


Pero puede que el hombre sea un poco espabilado, y dé una respuesta incorrecta pero admisible:


- Respuesta nº4 (¿verdadera/falsa?): “En el trabajo, que tengo unos problemas… No sé cómo vamos a pagar las nóminas este mes…”. ¡Tocado y hundido! Nuestro lado materno aflora y nos ablandamos, pasando a consolarle. Buen regate.


Si el hombre es un auténtico maestro, dará la única respuesta correcta, con la parafernalia incluida:

- Respuesta nº5 (casi siempre falsa): “En lo mucho que te quiero, a la vez que te abraza. Con esto no quiero decir que no te quiera, seguro que te quiere, y mucho, ¡pero no estaba pensando en eso ni de coña! ¡La probabilidad de que lo estuviera haciendo es una entre un millón de millones! Las mujeres más jodonas encima le echarán la bronca al pobre tío, que se cagará en todo, y con razón.

Mi consejo: NO PREGUNTES, ninguna respuesta te gustará. Y si preguntas y no te gusta lo que oyes, ya sabes, no haber preguntado, ¿no? ;)


Todo esto venía al hilo de un vídeo muy bueno que me enseñó una amiga no hace mucho, “historia de dos cerebros”. Dura diez minutos, pero no os lo perdáis.

29 de enero de 2010

Los problemas de oído de los hombres (y otros...)

El Mito del Hombre Simple, argumentos a favor (parte 2)

Los problemas de oído de los hombres

Nada mejor que un ejemplo de conversación-tipo para ilustrar este curioso problema.
- Ella: Cariño, la semana que viene hemos quedado con Pepe y Rosa.
- Él: Vale. (No esperes una respuesta mucho más larga).
- Ella: ¿Qué tal si vamos al japonés?
- Él: Bien.
- Ella: ¿O prefieres al argentino?
- Él: Lo que quieras (Ahí, implicándose).
- Ella: Bueno, lo vemos la semana que viene.
- Él: Eso, mejor.
- Ella: Por cierto, Rosa está embarazada.

Una semana después:
- Ella: Mañana hemos quedado con Pepe y Rosa.
- Él: ¿¡Mañana!? No me habías dicho nada!
- Ella (adoptando su posición de ataque): ¿¡Cómo que no!? Si me contestaste y todo.
- Él: ¡De eso nada, me acordaría! (Para matarlo lentamente…).
- Ella: ¡Si te dije que ella estaba embarazada y todo!
- Él: ¡Anda ya! ¡Y cómo no me voy a acordar de eso!
- (Varios intercambios similares, todos igual de absurdos…).
- Él: Lo que tú digas, cariño. (AHHHH!!!!! En este punto imagina de fondo la música de Sicosis “Ñic! Ñic! Ñic!”).

Este defecto “físico” tiene una ventaja: puedes contarles varias veces lo mismo, y siempre les parecerá algo nuevo, porque no se van a enterar, solo es cuestión de dejar el tiempo suficiente de espera entre las distintas versiones. Veamos otro ejemplo:
- Ella: ¿Sabes que House salía en Los Amigos de Peter?
- Él: ¿A sí? No lo sabía…
- Ella: Si te lo dije hace tiempo.
- Él: Nooooo…
- Ella: Síiiiiiii… Me acuerdo porque fue algo que me sorprendió mucho (en realidad te acuerdas hasta de lo que llevabas puesto ese día, de la hora, el sitio, etc, pero no se lo dices, eso lo reservas por si hay “pelea”. De momento solo respiras hondo).
- Él: ¿Y quien era? ¿Peter? (te cagas…).
- Ella: No. Tocaba el piano, era el de la mujer histérica.
En este punto puedes empezar a hacer un experimento: La primera vez le dices quién es de verdad, tres meses después le dices que era Peter, a los seis meses el mayordomo, un año después la negra, y como seguramente no te estará escuchando, hasta lo de la negra colará! Jaja!


Los problemas de vista

Este es un clásico, pero lo mejor de todo son las respuestas que te pueden dar. Por ejemplo:
- Él: ¡Churriiiii! ¿Donde está el pantalón de chándal que me compré?
- Ella: En tu armario.
- Él: No está (Respuesta automática, ni siquiera ha echado una miradita más).
- Ella: Déjame que lo vea (dejas lo que estás haciendo, te levantas, y te vas al armario, donde sabes que va a estar el pantalón)………… ¡Pero si está aquí, hasta con la etiqueta puesta!
En este momento hay varias respuestas posibles, dependiendo del tipo de marido y de cómo os llevéis. Juro que son todas ciertas:
- Opción A: (Con una sonrisa) “¡Hay mi churri! ¿Qué haría yo sin ti?” Cómo no, le perdonas el despiste y le das un achuchón.
- Opción B: (Cabreado) “¡Ahí no estaba!” Pues vale, lo habré puesto yo ahora mismo para hacerte “Luz de Gas”, ¡no te jode!
- Opción C: (Muy cabreado) “¡Si es que claro, estás cambiando continuamente las cosas de sitio, y así nunca encuentro nada! ¡Es que lo haces adrede!” Claro, yo, que no tengo tiempo para nada, me dedico a cambiar las cosas de sitio para joderte, y de paso joderme yo, que las tengo que buscar. De lo más normal, vamos.

Lo peor es que es genético. Un ejemplo entre mil con mi hijo como protagonista sería este:
- Hijo: Mamá, ¿donde has puesto mi raqueta? (Ojo al dato: “donde has puesto”, ya te está echando la culpa, así de entrada).
- Madre: Yo no la he tocado. Estará donde la dejaste la última vez.
- Hijo: Noooo! La dejé en mi cuarto y no está. La habrás guardado (menos mal que no ha dicho que la habrás escondido).
- Madre: ¿Has mirado bien? (Pregunta tonta, ya sabes que no lo ha hecho).
- Hijo: (Nervioso) ¡Que síiii! ¡Joooo! ¡Búscala!
- Madre: (Se levanta resignada, y nada más entrar al cuarto, ve la raqueta, nada menos que encima de la mesa. Ñic! Ñic! Ñic!) DANI! Mira la raqueta! Ven aquí!
- Hijo: (Sorprendido que te cagas cuando le señalas la raqueta) ¡¿Estaba ahí?!
Y si con diez años te dice eso de que “cambias las cosas de sitio”, preocúpate seriamente…


Las guarradas

Con esto no me refiero a ver porno, sino a los eructos y los pedos. Es muy frecuente ver a la manada organizando concursos de guarrerías varias. Recuerdo a un grupo de amigos que compartían un piso de estudiantes en el que organizaron una especie de olimpiada para elegir al “Super-Serdo”, así con dos eses. Cada día iban anotando cuidadosamente las puntuaciones obtenidas por los candidatos en tres categorías: pedos, eructos, y guarrerías varias. Periódicamente hacían gráficos de barras y tipo tarta por ordenador, para ver la evolución de las puntuaciones. Al ganador se le entregaba la corona en una ceremonia especial, para la que se compuso un himno que todavía hoy, veinte años después, se canta en fechas señaladas, de pie y con la mano en el pecho. La música era la de David el Gnomo, y la letra decía así (escrita en valenciano chungo, o sea, tal y como se pronuncia): “Soc un seeeerdooooo, a la dispensa soc feliiiiiis, y cuan vach al váter a cagar, fa pudoooor. Yo soc, sen vegaes mes guarro que tú, y un cabróoooo, y sempre estic bufaaaat, del tooot”. Reconozco que yo misma me veía arrastrada por el entusiasmo generalizado que se respiraba al cantar el himno, y poseía el honroso privilegio de ser la única mujer autorizada a cantarlo en compañía de la manada. Será por mi lado masculino.

En cuanto a los eructos, eran todo un arte que algunos dominaban a la perfección, siendo capaces de decir frases enteras eructando. Lo que más puntuaba era decirlas en la mesa, por ejemplo: “Pásame el pan”, ese era un clásico. Los más diestros eran capaces de modular los eructos, dándoles distintas frecuencias, algo impresionante.
Mención aparte merece un fenómeno peculiar que siempre me ha intrigado: las pajas en grupo. Es alucinante el afán competitivo de los machos, que les lleva incluso a masturbarse en grupo, y encima gana… ¡¡¡el que acaba antes!!! ¡Ahí está, entrenando para la eyaculación precoz, sí señor! Ver para creer…




26 de enero de 2010

Problemas de cobertura

El Mito del Hombre Simple, argumentos a favor (parte 1)

Veamos… Quién no ha oído mil veces eso de “si es que los hombres somos muy simples”. Pues bien, yo me he propuesto rebatir esa teoría. Creo que 42 años de convivencia con hombres me dan cierta autoridad en la materia.
La forma de demostrarlo va a ser rigurosamente científica: enumerando los argumentos a favor de la teoría, y después los argumentos en contra. Al final, haremos balance. Bueno, no es del todo científico, pero puede valer. Vamos allá.

Sí que es cierto que los hombres son un poco primitivos, tienen unos mecanismos internos menos desarrollados que los de las mujeres, y si no, a las pruebas me remito, jeje…
Cuando tienes un marido no debes olvidar que todos, absolutamente todos, vienen con un defecto de fabricación: la pérdida de cobertura a partir de las 9 de la noche, más o menos coincidiendo con el Telediario. ¿Por qué se produce este fenómeno tan extraño? Nadie lo sabe, ya que de pequeños no paran en todo el día, pero partir de los 16 años empiezan a sufrir una mutación genética que se manifiesta claramente a la edad adulta. Veamos cómo se desarrolla este extraño fenómeno.

Imaginemos a un marido al final de su jornada laboral, entre las ocho y las nueve de la noche. Llega a casa, da besitos a la familia, se pone el pijama, y se encamina hacia el salón. Hasta ahí todo normal. Si coge el periódico, buena señal: puede que le queden un par de rayitas de cobertura. Si se asoma por la cocina y te dice “¿en qué te ayudo?”, a lo mejor le quedan tres. Si se desploma en el sofá y agarra el mando de la tele, cuenta con que sólo tiene una rayita, poco más…


Mientras tanto, ¿qué ocurre contigo? Lo normal es que estés haciendo la cena, poniendo el lavavajillas, diciéndole al niño que se duche, …, cualquier cosa menos estar sentada en el sofá. Y si pudieran leernos la mente, nos meterían en un siquiátrico (“que no se me olvide tender la ropa, que ayer se me quedó en la lavadora; mañana tengo que llamar al fontanero, voy a ponerme un aviso en el móvil; ¡huy! ¡Se me olvidaba ponerle a Dani el traje de judo!, voy un momento; a primera hora tengo que revisar el proyecto de Jijona, creo que se me han olvidado las farolas; ¡Joder! ¡Que se me quema la sopa!; no he llamado a la madre de Saúl para decirle que Dani va al cumpleaños; y no le he comprado el regalo, qué desastre; ¿se podrá quedar Dani el viernes con mi madre?; ¡ay, no la he llamado para ver qué le ha dicho el médico!; llevo dos semanas sin ir al gimnasio, se me va a poner el culo blando; ……”). Vamos, que cualquier día nos vamos a cortocircuitar.

Supongamos que ya hemos cenado, acostado a los niños, y nos sentamos en el sofá, ¡por fín! Y claro, en ese momento es cuando se nos ocurre contarle a nuestro marido el día que hemos tenido. ¡ERROR! La rayita esa que le quedaba hace una hora, puede que ahora parpadee, y en ese caso, tu marido te mirará con esa mirada tan característica de marido-a-las-diez-de-la-noche, así como perdida, que te mira de frente, pero sin verte, o sea, que te mira pero no te ve. Hace intentos de conexión, la mitad fallidos. Tú entonces empiezas a imaginarte que estás en el plató de “Hospital Central”, que eres la enfermera de urgencias, o la cirujana, que queda más guay. “¡Lo perdemos, lo perdemos! ¡Carro de paradas! ¡Desfibrilador! ¡5mg de epinefrina (o como se llame eso que les ponen)!”. Él te contesta con monosílabos, con la mirada ausente y la cara seria. “¿Te pasa algo?”. “No, es que estoy cansado”. “Ah! Bueno! Yo también! Como te decía, bla bla bla”. Y la rayita que parpadea. “¿¡Pero me escuchas o no me escuchas!?” Y entonces le quitas el mando y bajas el volumen de la tele, para que no tenga interferencias. Pero ni así.

Esta situación tan trágica, que siempre acaba en desgracia (ya que al marido al final “lo pierdes”), requiere grandes dosis de paciencia y, como diría mi abuela, de picardía. ¿Qué se puede hacer con un marido a partir de las nueve? No mucho :-), pero ahí van algunas ideas:


- Dale vino y ten un rato de sexo (decir una noche de lujuria, sería mucho decir).

- Dile que ponga una película (recuerda que el mando el suyo, por eso no la puedes poner tú), y os apretujáis en el sofá para verla.


Ya está. ¿A que esperabas más, eh? Pues no, creo que no se puede hacer mucho más. Pero bueno, es suficiente, la verdad. A esas horas también nosotras tenemos que desconectar, aunque solo sea parcialmente.


Lo que no debe hacerse nunca jamás es:

- Hablarle de su madre.

- Hablarle de la tuya.

- Hablarle de tu trabajo.

- Hablarle del suyo.

- Hablar de política.

- Hablar de dinero.

- Quejarte de lo fea que te estás poniendo esperando que te consuele y te diga que eso son imaginaciones tuyas.

Pero lo peor, lo peor, lo peor que puedes hacer es discutir, porque tú querrás arreglarlo, y como él ya no tendrá ni cobertura, ni batería, ni ná, te dirá “cariño, estas no son horas de hablar, yo necesito dormir, así que mañana hablamos”, y se meterá en la cama, y lo peor de todo es que se dormirá! ¡Sí, se dormirá, cuando tú tienes la cabeza como un volcán en erupción, y por supuesto, no te puedes dormir!

Y ahora digo yo. ¿A la vista de esto, quién tiene la tara más gorda, ellos o nosotras? Yo la respuesta la tengo clara: nosotras. Esto no se lo esperaba nadie, eh? Jeje.