La semana pasada se celebró el
Día de la Mujer y yo pensaba publicar un post, pero llevo más de una semana
intentando encontrar un rato para terminarlo, y no hay manera. He ido
escribiendo a ratos, y al final he conseguido medio poner en claro lo que quería
contar: mis conclusiones acerca de cómo y por qué las mujeres nos hemos dejado
timar, porque después de casi veinte años trabajando (fuera de casa, se
entiende), he llegado a esa conclusión y dudo mucho que algo me haga cambiar,
al menos en este país llamado España.
Soy consciente de que el tono del
post va a ser derrotista, y pensando en eso, me he dado cuenta de que si lo
hubiera escrito hace años, habría sido totalmente distinto. A los 24 habría
sido en plan “qué bien que he nacido en
estos tiempos en los que ya no hay discriminación” (inocente que era una…).
A los 34, a punto de separarme y con un hijo, habría pensado “¡Bufffff! Esto es más complicado de lo que
yo creía, ¡pero no hay que desesperar, venceremos!” (ya era consciente de
lo que había, pero me negaba a aceptarlo). Y a los 44, pues ahora os cuento….
¿Por qué soy tan negativa, se
preguntarán algunos? ¿O debería decir algunos y algunas para no hacer
“invisibles” a las mujeres? Anda que la perra que les ha entrado a determinados
elementos y elementas con ese tema tiene tela… Pero esa es otra historia y como
me líe con eso, no acabamos, así que vamos a lo que vamos: ¿Por qué las mujeres
estamos tan quemadas con todo esto de la igualdad, el trabajo fuera de casa,
los niños, los maridos, los amantes, …, con la vida en general? (Bueno, vale,
no es para tanto, pero seguro que entendéis a qué me refiero). Vamos a verlo.
INCISO: Los que me conocen saben que no
tengo nada en contra de los hombres, más bien todo lo contrario. Que nadie
piense que este post es un alegato feminista contra los hombres, porque nada
más lejos de la realidad. Mi feminismo empieza y acaba en el día a día,
tratando de vivir con el convencimiento de que “somos iguales pero diferentes”,
y no me gustan las actitudes radicales. En este tema en concreto creo que
tenemos mucha culpa compartida, aunque confieso que no sé dónde está la
solución. La próxima vez hablaremos de algo menos serio, como el amor libre o
algo así ;).
1. En parte porque lo queremos todo,
como bien dice Maitena, o más bien se nos ha hecho creer que debemos tenerlo
todo.
2. Porque nos pasamos de
autoexigentes y queremos llegar a todo y a ser posible, ser las mejores. La
meta es ser la superwoman, a lo que podamos llegar es otra cosa, pero bajar el
listón nos cuesta sangre, sudor y lágrimas.
3. Porque tenemos perdida la batalla
de la conciliación, al menos en este país. Dile a tu jefe, si eres hombre, “esta tarde no vengo, que tengo que llevar
al niño al pediatra”. Se muere de risa. O que vas a pedir una reducción de
jornada por guarda legal… ¡Si no te ha dejado ni coger los quince días de
paternidad! O que vas a salir a las siete de la tarde (ojo, las siete, no las
cinco ni las seis…) para poder tener un poco de vida, de vida a secas, tampoco
nada del otro mundo. El día que entendamos que tener hijos es cosa de dos, y
que nuestra supervivencia futura, en el sentido más amplio de la palabra,
depende de ello, puede que entonces se nos empiece a cuidar un poco y no se vea
la conciliación como algo negativo. Pero en un país donde lo que cuenta
realmente es “echar horas”, ¿qué podemos esperar? Más de lo mismo, no hay duda.
4. Porque no nos engañemos y que
nadie se ofenda, que no es mi intención, pero pocos hombres valoran el trabajo
del ama de casa, y de ese, aunque sea solo en parte, no nos libramos casi ninguna. Y
hay que añadirlo al de la oficina, claro, porque no restan, solo suman.
5. Porque llevamos en la cabeza
nuestra agenda y la del resto de la familia, pero solo tenemos un cerebro y dos
manos.
6. Porque a igualdad de trabajo,
ganamos menos que los hombres.
7. Porque siendo mujer tienes que estar
siempre demostrando lo que vales, y eso, francamente, resulta agotador. Yo ya
me he cansado, lo confieso. Hasta que cumplí los cuarenta, era algo que me
indignaba. Te conocía alguien nuevo, y empezaba el examen, con cara de “a ver esta chiquita qué sabe”. A
partir de los cuarenta dije “paso, no
tiene solución”, somos iguales pero diferentes y no se nos trata igual. Ya
está, no hay más, o lo tomas o acabas con una úlcera.
8. Porque para llegar a un puesto
directivo tienes que luchar contra viento y marea, con apenas un 10% de
posibilidades de llegar a lo más alto, y alrededor de un 30% de llegar a un
cargo intermedio.
9, y ya no sigo. Porque además tienes que intentar estar siempre mona y arreglada, que no se te desmadre la báscula, luchar contra las arrugas, la celulitis, las alas, la flacidez, y no sé cuantas cosas más.
Total, que al final nos hemos
incorporado al mercado laboral y trabajamos dos por el precio de uno, nuestros
hijos apenas nos ven el pelo, nosotras llegamos a casa y nos echamos a la
espalda la mayor parte de la logística familiar, las parejas se rompen porque
con semejante vida ya no queda tiempo ni para vivir, y lo peor de todo es que no hay marcha atrás porque con un solo sueldo no se vive, y porque, estemos
cansadas o no, nos gusta tener una profesión.
Complicado, ¿verdad? Yo confieso
que he tirado la toalla. Estoy harta de pelear y de demostrar, y aunque no voy
a renunciar a mi derecho al trabajo, ya no me da vergüenza pedir una reducción
de jornada para cuidar de mi familia, porque me necesitan y porque me gusta hacerlo.
Y si eso supone que quien me pueda contratar me mire con recelo pensando que la
realidad es que solo quiero llevar un sueldo a casa porque no tengo más remedio (cosa que tampoco sería un crimen, pero bueno...) y que no me implico en el trabajo, sinceramente me jode mucho porque no es
cierto, pero llega un momento en el que me da igual lo que piensen. Si algo
bueno tiene cumplir años, es que acabas sabiendo lo que quieres y lo que no.
El caso es que la batalla fuera
de casa estamos lejos de haberla ganado, pero ¿y la de dentro? Os cuento un par
de historias de las que me contaban las amigas estos días en el que el tema
ha estado de moda, y ya me diréis.
Escena nº1 (la más típica): Llegas a tu casa a las ocho de la
noche, doce horas fuera de casa, un día de mierda, todo prisas, te has tenido
que saltar tu clase de yoga, casi no has tenido tiempo de comer y mucho menos
de almorzar, hoy tu jefe “tenía la regla” y te has llevado un par de broncas
que no te merecías, el fontanero ha pasado de ti y el lavabo sigue goteando, la
nevera está medio vacía y no sabes qué vas a hacer para cenar, tienes una
montaña de ropa para planchar, a tu hijo le vas a acabar grabando un disco de
“superventas” con las frases del TOP 10 (recoge
tu cuarto / tu mochila pesa como un muerto y te vas a estropear la espalda /¿te
has lavado los dientes?/¿cómo llevas las uñas?/¿te has puesto desodorante?/¿cuánto
hace que no lees un libro?/ que no te vea con la Nintendo / está en su sitio /
no dejes las zapatillas en el salón,…. ¡Aaaaaah!).
Estás agotada y sólo es lunes.
Al llegar a casa buscas un poco de comprensión en tu marido. Pero en ese momento
él está en otra onda, así como empezando a desconectarse, como cuando el
ordenador pone el salvapantallas. Porque, entiéndelo, él ha trabajado también doce horas… solo eso, de lo demás nada, pero bueno, ha trabajado mucho, vamos a
dejarlo ahí. Y llegas tú con cara de loca, quejándote no se sabe muy bien de
qué. Porque vamos a ver ¿no haces lo mismo todos los días? ¿y sin quejarte? ¿y nunca pierdes la sonrisa? Es que a las tías no hay quién os entienda… Pero mira, hoy
da la casualidad de que estás hasta los mismísimos porque a veces te pasas
tanto de vueltas que no puedes más, y necesitas que te escuchen. Solo eso, que te
escuchen y te hagan unos cuantos mimitos, para que el día tenga un poco de sentido.
Pero no, al hombre de la casa le pilla por sorpresa y se sale por la tangente
con un “pues deja de trabajar…”, con
cara de ni-se-te-ocurra-pensarlo-que-tenemos-que-pagar-la-hipoteca.
¿Y tú qué haces entonces? Algo parecido
a esto y en este orden: Primero no te lo puedes
creer… silencio sepulcral… 10 segundos en los que pasa por tu mente la escena
de Psicosis, y por supuesto tú eres la abuela. Piensas “lo-ma-to…”. No “¡LO MATOOO!!!. No. “lo mato…” con puntos suspensivos,
así, bajito, que es peor. Estás pensando de qué manera lo matas. Y mientras, él
te desafía con la mirada, como diciendo “claro,
si es que me dices unas tonterías…”.
A ver, una pausa: en este punto,
si no quieres que se arme la gorda, mándale a tomar por saco y vete a tu clase
yoga, o de spinning, o de lo que sea si todavía te quedan 5 min para llegar, y
la cena que la haga él. Porque si tratas de explicarle lo jodido que es ser
mujer, estás muerta.
Pero si decides seguir, lo normal
es que al principio te muerdas la lengua y trates de explicarle por qué extraña
razón estás tan cansada, y no veas como le digas “¿qué tal si me pido una reducción de jornada?”. “¡Comooorl! ¿Y cómo vamos a pagar la
hipoteca si tú no trabajas todo el día? ¡Tendré que poner yo más parte!”
Que tú hagas “otras cosas” no cuenta, como eso es gratis, pues nada, ¡todo por
la patria!
Escena nº2 (la más atípica): Me salto la puesta en escena, que se
resume en tener que hacer veinte cosas a la vez, y cuando te piden que hagas la
número 21, o te preguntan por qué no has hecho ya la número 10, pasa algo así:
Ella: ¡Cariño, no me pidas más cosas, que parezco la mujer orquesta!
Él: ¡Jajaja! Ah, ¿síiiiii? Mmm... Pues podías tocar un poco la flauta…. :P
Si es que así no se puede, esto
no es serio… ;)